¿Qué es la esperanza? Es lo último que quedó en la caja de Pandora cuando ésta la cerró, tras escaparse de allí todos los males y expandirse contra la raza humana. Teniendo en cuenta que todo cuanto escapó de la cajita eran cosas negativas, ¿habría que pensar también en la esperanza como algo negativo? Tradicionalmente se ha venido pensando lo contrario. Así lo creía yo, que era algo positivo, hasta que un día en clase de griego (era aún en bachillerato) la profesora planteó el dilema y el tema quedó abierto. Es cierto que no tiene fácil respuesta. Desde entonces nunca he vuelto a tener una idea clara de lo que representa la esperanza para el ser humano. Como decía nuestra profesora, desde el momento en que tenemos esperanza es porque algo no va bien y esperamos que algo mejore, que algo salga bien… Si las cosas nos van bien no hace falta tener esperanza porque se entiende que entonces somos felices, ¿no? Luego el tener esperanza implica que algo no funciona bien. Sin embargo nos resulta necesaria en las dificultades porque sin ella nos hundimos, sin ella todo es negro y todo irrecuperable, insalvable; quizá simplemente podría tratarse de un soplo de aire fresco dentro de nuestras desgracias, un soplo que nos sigue dando vida para ayudarnos a ver las cosas con otro color más vivo y animado. En tal caso se trataría de un elemento positivo, pero… ¿qué hacía dentro de la caja de los males que Pandora abrió? ¿La consideraban los antiguos griegos un mal? ¿Una virtud acompañando a los males, tal vez?
Aristóteles la definía como el sueño del hombre despierto, pero para Platón era algo peor, pues la consideraba una insensata consejera. Para Sócrates “el alma necesita nutrirse de esperanza, igual que el estómago de alimento”; Eurípides decía: “El hombre superior es el que siempre es fiel a la esperanza”, Esquilo la definía como el alimento de los exiliados, pero en cambio Sófocles la responsabilizaba de la prolongación del sufrimiento humano. Dentro de la lírica arcaica encontramos una valoración negativa que nos ofrece Semónides de Amorgos, quien en unos de sus versos afirma: “Una pueril esperanza alimenta a todos los que aspiran a lo irrealizable”. Tales de Mileto piensa: “La esperanza es el único bien común a todos los hombres; los que lo han perdido todo, la poseen aún”. Menandro considera que en la adversidad el hombre es salvado por la esperanza. Quizás Demócrito juzgara oportuno guardar cierta medida de esperanza, ya que según él la naturaleza se basta a sí misma, por esto vence con menos y con lo seguro, las demasías de la esperanza. Teócrito afirma: “Mientras hay vida, hay esperanza”, quizá una de las expresiones más conocidas por todos. En el mundo latino encontramos a Séneca manifestando que las esperanzas se encadenan, o a Cicerón reiterando la idea ya transmitida por Teócrito: “Mientras al enfermo le dura la vida, le dura la esperanza”. En una expresión más poética, Ovidio nos cuenta: “La esperanza hace que agite el naúfrago sus brazos en medio de las aguas, aún cuando no vea tierra por ningún lado”. Con la llegada del cristianismo se popularizó la idea de la esperanza como algo bueno y necesario, aliada de la fe, amiga del ser humano. Es quizá la visión que predomina en nuestros días.
En la Grecia moderna, ya del siglo XX, encontramos un escritor que reflejó su desesperación en el título de una de sus obras: Se busca esperanza. Antonis Samarakis, autor de esta pequeña colección de relatos cortos (muy recomendable, por cierto), nos cuenta lo siguiente en la primera parte de su prólogo:
“En 1954, al tiempo que escribía los doce relatos de la colección Se busca Esperanza, mi primer intento de prosa narrativa, yo mismo era el que no tenía esperanza. En un mundo trágicamente absurdo y absurdamente trágico, estaba desnudo de esperanza y, sin embargo, paralelamente buscaba esperanza, anhelaba esperanza. Tenía hambre y sed de esperanza. Hoy, en 1990, han transcurrido treinta y seis años enteros y verdaderos, en un mundo igual o, quizá, todavía más trágico. ¿Acaso he dejado de ser una réplica de aquel Antonis de 1954? No. La lucha agónica por la esperanza es siempre el epicentro del acontecer humano. En cada rincón de nuestro planeta, y en el extremo occidental del Mediterráneo, en mi querida España, pero también en el extremo oriental, en mi querida patria, en Grecia”.
Extraído de la edición en español de Ediciones Clásicas, traducida por Elías Danelis y Alicia Villar.
(Publicación original: 4 abril 2007)
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