jueves, 5 de febrero de 2015

Teseo de Kazantzakis

Ahora que se acerca el verano y mucha gente dispondrá de amplio tiempo libre me gustaría hacer la recomendación de una lectura de Nikos Kazantzakis. Es una obra moderna del siglo XX, pero con todo el sabor de la tragedia clásica. Se trata de la tragedia Teseo, que yo leí hace ya algunas semanas y de la que guardo buen recuerdo. Comienza con el siguiente monólogo por parte del héroe ateniense, Teseo:
"Me han bañado, me han ungido de aromas, me han coronado de crocos y de lirios;
Muchachas de ondulados cabellos negros, los senos descubiertos, retorciendo sus brazos rodeados de serpientes.
Me han consagrado a su dios murmurando incomprensibles encantos.
Bajo la luna llena cretense, a medianoche, rodeándome con sus danzas sagradas,
Ellas me han empujado hasta aquí, ante esta puerta del Misterio.
Adornado cual un animal destinado al sacrificio,
A mí, el príncipe de Atenas, el hijo del Sol,
Teseo.
Ante mí, siete ancianos, eunucos imberbes y marchitos, portadores de antorchas;
Tras de mí, sacerdotisas de la Gran Diosa, siete nobles damas con hiératicos peinados adornados con cintas,
Me han paseado solemnemente de estancia en estancia, de jardín en jardín, de prisión en prisión, por el inmenso Palacio,
Entre dobles hachas amenazadoras de bronce y de oro.
Alternativamente, olores embriagadores y hediondos, mugidos y llantos subterráneos, cantos y risas sobre la tierra, y a mi alrededor, brillando en la oscuridad, ojos malignos y burlones.
¡A fin de que el miedo me envuelva, que mi espíritu se extravíe a la vista de esas maravillas y de esos terrores! Pero yo te guardaba inexpugnable en mi pecho, ¡Oh, peñasco de Atenas,
Llevando entre mis cejas, un dios efebo, archiefebo, mío!
Me han servido bebidas embriagadoras, pero yo no me he embriagado;
Cada noche han puesto una mujer en mi lecho, pero yo no la he tocado;
Pues guardaba mi fuerza entera para el momento supremo.
Ahora estoy en pie y espero puro, sereno, lúcido a su Gran Rey, el de las sagradas llaves de hierro,
Para que derrame sobre mi cabeza el encanto mágico, que me abra la puerta de los Infiernos,
¡Y la lucha comience!
(Se oye bajo tierra, debajo de TESEO, un sordo mugido de alegría. TESEO hiere el suelo con el pie.)
¡Demonio subterráneo que te revuelcas en el cieno, yo te saludo, devorador de hombres!
Has olfateado mi carne, has saltado de hambre y me das la bienvenida relamiéndote.
¡Salud, amigo! Heme aquí. ¡He llegado! Mi carne tiene gusto a sal; en mis labios tengo el áspero olor del duro pan de cebada y de la aceituna amarga de mi patria.
Vengo a ti; te traigo los soles, los vientos, las lluvias del mundo de la superficie; pero ten cuidado; mi corazón es una almendra cuya cáscara rompe los dientes;
¡Yo te romperé los dientes!
Acechas bajo tierra acurrucado en las húmedas tinieblas, velloso, apestoso, tus poderosas mandíbulas abiertas de par en par... tú me esperas, ya lo sé;
Algunos aseguran que no eres más que un Gusano que se ha hinchado desmesuradamente hasta convertirse en un monstruo, por haber comido demasiado; otros pretenden que eres el Rey de los Infiernos, la cabeza de oro, los cuernos retorcidos;
Y otros, en fin, que eres un dios;
Voy a descender, voy a luchar; juzgaré.
(Silencio.)
Vertical esta hora decisiva está suspendida sobre mi cabeza; la mano del Destino brilla fosforescente en la sombra, sosteniendo la balanza.
En el platillo de la derecha, un Gran Poder corrompido, ungido de afeites y de perfumes, cubierto de joyas, para encubrir su podredumbre,
Sostenido por toros;
Sobre el platillo de la izquierda, yo, solo.
Me coloco la mano como visera, apercibo entre las ramas de los olivos sagrados la puerta azul de mi patria, la mar.
Elevo la voz y llamo: Acude, compañero de mi juventud; nos perderemos o nos salvaremos juntos. ¡Socorro!
Cabalga sobre las olas, levanta por encima de la espuma tu rubia cabeza, mírame; ¿te acuerdas de mí?
¡Yo soy Teseo!
Un resplandeciente día de sol yo nadaba a mediodía en una bahía solitaria del Ática sembrada de guijas;
Sobre mi cabeza, alegre, el sol; detrás de mí, pinos murmurando a impulsos de la brisa; ante mí, hasta las distantes costas de Creta, la mar inmensa.
Yo me volvía a menudo; ¡tú nadabas conmigo!
A tu vista, mi fuerza se decuplicó; rivalizamos cuerpo junto a cuerpo; los brazos ampliamente separados, rechazábamos las olas a brazadas tras de nosotros.
Luchamos a ver quién adelantaba a quién.
Tan pronto eras tú quien bogaba delante; yo me encolerizaba y me esforzaba en alcanzarte; cuando quedabas atrás, tú te irritabas, saltabas como un delfín y me alcanzabas. Yo tendía entonces la mano; ambos nos sentíamos iguales; hendíamos la mar uno junto al otro; las olas se transformaban en humeantes corceles, la mar entera espumeaba, se ponía a relinchar.
Y surgiendo de sus grutas de azur, Poseidón nos miraba con terror y fiereza.
Nosotros nos echamos a reír; la playa reía toda a la par que nosotros; repuestos, descendimos por fin de nuestros glaucos corceles.
Yo me extendí sobre las ardientes guijas, tú, el semblante vuelto hacia el mar, erguido, los pies juntos, las manos pegadas a los muslos,
Te secabas al sol.
Mis ojos recorrían tu cuerpo, querido compañero, con avidez; te contemplaba maravillado; tus piernas brillaban como columnas de bronce, tu vientre se redondeaba liso y velludo; tu ancho pecho estaba cubierto de sal,
Y tus labios temblaron a impulsos de una risa imperceptible, que se esparció por todo tu cuerpo, desde los tobillos hasta tu altiva frente; era como si hubieras dormido durante miles de años.
Te despertaste en el instante dispuesto y miraste las montañas, la mar, las islas, las barcas,
Y todo lo que veías era tuyo.
Yo te admiraba en silencio; extendiste el brazo derecho como si quisieras tomar posesión del universo visible; a menudo tu pie se levantaba del suelo, como si fuera una joven ala que ensayara su poder por primera vez.
Afirmabas tu fuerza y, tomando impulso, desapareciste en el aire azul; sin embargo, has quedado, inmóvil y sereno, en el trampolín de mi espíritu.
¿Retornaré yo algún día a mi casa? ¡Sí, retornaré! Y abatiré un bloque de nuestras montañas, lo desbastaré y esculpiré tu cuerpo, para guardarte en mi palacio, esclavo y señor.
¡Y así no te apartarás jamás de mí!
¡Oh, fiel compañero! Aún tenemos ante nosotros feroces hazañas; hay en el país muchas fieras, muchas divinidades malas y bajas aún, pero nosotros nos pondremos en camino, los dos, hombro con hombro.
¡Y las exterminaremos!
(Mostrando la puerta del Minotauro.)
¡Comencemos por este!
(Ahora se escucha más cerca, fuerte y amenazador, el mugido del Minotauro.)". 
Versión de la edición de Planeta del volumen II de Obras selectas, Kazantzakis, 1962; Trad: Enrique de Juan

(Publicación original: 30 junio 2007)

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