miércoles, 4 de febrero de 2015

El poeta Yorgos Seferis

Yorgos Seferiadis (Seferis es su pseudónimo): el premio Nobel de literatura de 1963. Se trata de un poeta griego nacido en Esmirna en 1900 que en 1914 se traslada a Atenas y allí comienza a escribir sus primeros poemas. En 1918 se traslada a París, donde comienza sus estudios de Derecho, y permanece allí hasta 1924. Colabora entonces con una revista estudiantil llamada “Altar”, en la que participa bajo el pseudónimo de Yorgos Skaliotis. No le pudo resultar de ningún modo ajeno el dolor producido por la Catástrofe de Asia Menor que sufría en aquel entonces Grecia, así que pasó una etapa bastante inestable con crisis emocionales y continuo sufrimiento. También en esta etapa escribe algunos poemas en francés. Al terminar sus estudios pasa unos meses en Londres y finalmente regresa a Atenas en 1925. Cuando lee las Memorias de Makriyannis queda fascinado y las relee una y otra vez, llegando a afirmar que de esta forma Makriyannis fue su más firme maestro. Cuando su padre Stelios es nombrado rector de la Universidad de Atenas en 1933 se trasladan a Plaka. Participa en varias ocasiones como agregado del Ministerio de Asuntos Exteriores y Secretario de la Embajada. En 1942 se dirige a El Cairo como jefe de la Dirección de Prensa e Información del Gobierno Griego. Allí, y en Alejandría, da conferencias sobre el poeta Palamás y sobre Makriyannis. Colabora en Alejandría con los intelectuales progresistas de la Organización por la Liberación de Grecia (EAS). Posteriormente también es nombrado director de la Secretaría Política del regente y asesor del Teatro Nacional. Fue además embajador en Londres, en el Líbano, Siria, Jordania e Irak. Fue nombrado doctor Honoris Causa por la Univerdad de Cambridge, donde habitualmente se pronunciaban los nombramientos en latín. Pues bien, esta ocasión constituyó una excepción, ya que el nombramiento de Seferis se pronunció en griego clásico. También fue nombrado doctor Honoris Causa por las Universidades de Tesalónica, de Princeton y de Oxford. Recibió, además del ya nombrado premio Nobel, el Palamás y el Foyle. En 1969 redacta un manifiesto contra la dictadura que le supone la pérdida de su título de Embajador honorífico y, cuando muere dos años después en Atenas, su entierro se convierte en una multitudinaria manifestación contra la dictadura. Durante este acto se cantan su poema Άρνηση (Negación, con música de Theodorakis), la canción popular cretense Πότε θα κάνει ξαστεριά (Cuándo habrá un cielo estrellado) y el himno nacional.
Es uno de los poetas más destacados de la generación de los años treinta, en su producción poética escrita en lengua demótica (la lengua popular) encontramos conjuntos de poemas bajo los títulos de Estrofa, uno de los títulos más significativos, ya que supuso una nueva corriente en la poesía griega; Canto de amor, La Cisterna, Leyenda, Gimnopedia, Cuaderno de ejercicios I y II, Diario de a bordo I, II y III, El Zorzal, Estratís el marinero, Tres poemas secretos. Abundan en la poesía de Seferis las referencias históricas y mitológicas, al tiempo que bailan en su poesía ciertos ecos homéricos para mostrar que el hombre de ayer y el de hoypresentan la misma personalidad y la misma esencia. También escribió Seferis un conjunto de interesantes ensayos con sus reflexiones personales: en ellos habla de la poesía, de la lengua en la poesía griega, de personajes como Sikelianós, Makriyannis, Kostís Palamás, Kalvos o Konstantino Katsímbalis.

Les dejo con un par de poemas:
NEGACIÓN
En la playa escondida
y blanca como paloma
tuvimos sed un mediodía
pero el agua era salada.

En la arena dorada
escribimos su nombre;
suave sopló la brisa
y la letra se borró.

Con qué coraje, con qué aliento,
con qué deseos y pasión
tomamos nuestra vida: ¡qué error!
y la vida tuvimos que cambiar.

SOBRE UN VERSO EXTRANJERO
Dichoso quien hizo el viaje de Odiseo.
Dichoso si al marchar sintió firme la coraza de un amor
extendida por su cuerpo, como las venas donde
bulle la sangre.

De un amor con cadencia sin fin, invencible como la
música y eterno
porque nació cuando nacimos y cuando nos muramos, si es
que muere, ni nosotros ni nadie lo sabe.

Pido a Dios que me ayude a decir, en un momento de gran
felicidad, cuál es este amor:
me siento a veces rodeado del exilio y escucho su lejano
bramido como el fragor del mar mezclado con la
borrasca inexplicable.

Una y otra vez surge ante mí el fantasma de Odiseo, con
los ojos arrasados por la sal de las olas
y por el deseo maduro de ver de nuevo el humo que brota
del hogar de su morada y su perro ya viejo
aguardándole a la puerta.

Inmenso él, se detiene musitando tras sus barbas encanecidas
palabras en nuestra lengua, como la hablaban
hace tres mil años.
Extiende una mano encallecida por las jarcias y el timón,
con la piel curtida por el cierzo, la canícula
y las nieves.

Parece querer arrojar de nosotros mismos al Cíclope
sobrehumano que mira por un único ojo, a las Sirenas
que te imponen el olvido, si las escuchas,
a Escila y Caribdis:
a tantos monstruos extraños que nos impiden pensar que
también él fue un hombre que luchó en el mundo
con cuerpo y alma.

Es el gran Odiseo: aquel que sugirió construir el caballo
de madera con el que los aqueos conquistaron
Troya.
Sueño que viene a enseñarme cómo construir yo un caballo
de madera con el que conquistar mi propia Troya.

Habla quedo y tranquilo, sin esfuerzo, parece conocerme
como un padre
o como uno de esos viejos marineros que apoyados en sus
redes - cuando había tormenta y bramaba el viento -
me decían, en mis años infantiles, la canción de Erotócrito
con lágrimas en los ojos
- temblaba yo en medio de mi sueño al escuchar la triste
suerte de Areti al bajar los peldaños de mármol.

Me dice el penoso esfuerzo de sentir las velas de tu
nave henchidas de nostalgia y de tu alma
convertida en timón.
Y también que estás solo, inmerso en la tiniebla de la
noche y a la deriva como la parva en la era.

La amargura de ver naufragar a tus amigos entre los
elementos dispersos: uno a uno.
Y qué vigor extraño sientes al hablar con los muertos
cuando los vivos que quedaron ya no bastan.

Habla... Aún veo sus manos que sabían comprobar si estaba
bien tallado, a proa el mascarón
que me den un sereno mar azul en el corazón del invierno.

Trad: Pedro Bádenas de la Peña
Extraído de: Poesía completa , Yorgos Seferis: Ed. Alianza, Madrid, 1989 

(Publicación original: 23 febrero 2007)

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